Thursday, December 15, 2011

Mi Abuela...

Y qué tal tu manera tan enérgica de tomar agua... y qué tal de la forma en que hacías enojar a los meseros de cualquier restaurante... Y qué tal de lo tanto que me querías...

Elvira Uraga un artista octogenaria que solo quería vivir para ser contada, alabada, mencionada.

Te conocí hace mucho tiempo, acaso tres décadas y no te costó reparo conocerme, entenderme. Dicen que las abuelas son solapadoras, fuiste eso y más. Cuando tenía que brincar sobre el techo de la vieja casa para poder entrar, para encontrar cobijo después de las farras memoriales, siempre mantuviste estoica y soberbia un dejo de clase que solo animó a mi intelecto a buscar más sobre la vida. No era tan malo.

Parecía que por más que me esforzaba en ser la oveja negra, te esmeraste en regresarme al iluminado mundo de las notas, los matices, los colores, la poesía, y la música. Por tu culpa conocí a Emilio Tuero, a Gardel y ABBA, los valses decimonónicos y una que otra zarzuela.

Viajamos cómplices hacia lugares que no conocíamos y retornamos bellos, llenos de luz de la buena de esa que dura encendida mil años. Tu caballete viejo y descuidado es un ejemplo nítido de tu grandeza.

Pocos nietos han compartido una abuela tan madre y seguramente pocas abuelas han tenido a un nieto tan hijo. Te amé desde siempre, pero nunca te lo dije, solo aquella vez que entre lágrimas y sollozos viniste a despedirte entre los muertos.

A casi cuarenta noches sin tu voz todavía recuerdo tus últimas palabras.

Te acabo de escuchar, ¿qué tal esta tecnología?, todavía existes en el mundo digital y nunca desaparecerás.

Hace poco platicaba con los míos sobre la importancia tuya, sin ti, todo lo que tengo no existiría. Me enseñaste el buen gusto y a conocer el arte, ahora que no estás tendré seguramente un rezago intelectual en mi alma.

Al final no me siento tan mal, lo último que teníamos que hablar se dijo.

Sin embargo, te voy a extrañar como el aguarrás extraña el óleo.